México Marzo 2018
Aún recuerdo uno de los primeros consejos que recibí cuando acababa de dar a luz a Lord G: “Disfruta cada momento, que en abrir y cerrar de ojos crecen”
Este consejo ( bien intencionado), te deja con la mentalidad de que debes disfrutar C-A-D-A momento, y si no lo haces, de alguna forma u otra estás fallando como mamá.
Y yo en definitiva no disfrute cada momento. Amaba (y amo) a mi bebé, pero era una verdadera chin** estar sin dormir mas de dos horas seguidas todas las noches, acostumbrarte a la lactancia (que en mi experiencia personal fue un pequeño infierno y no se nos dio nada fácil) anudado todo a tu recuperación en el parto.
Uno de esos días, me habló por teléfono mi tía Hilda (mi mamá putativa y doctora de cabecera) y me pregunto cómo iba con esto de la maternidad. “Ermnn, más o menos” fue mí respuesta, no muy segura.
“Hija, la maternidad es una friega, no te sientas mal. Come chocolate y duerme todo lo que puedas. Dale el niño a tu marido y mándalos a pasear mientras te bañas y no te estreses, que nadie se acostumbra a esto de ser mamá de sopetón”
Eso me hizo sentir muchísimo mejor. La maternidad no se puede disfrutar cada segundo, porque como todo en la vida, tiene su lado difícil y su lado maravilloso. Ya no me siento en la necesidad de pretender que todo va siempre bien (habilidad que me a ayudado muchísimo a decidir cuando necesito ayuda, sobre todo con la diagnosis de autismo de Lord G)
Cuando mando a dormir a mis hijos, me da tiempo de dar un paso atrás y respirar. Tomar tiempo para mí y mi marido, recargar baterías, tomarnos una copa de vino o simplemente sentarnos a ver Netflix y checar nuestros teléfonos mientras nos damos un respiro por unas horas.
Esas horas a solas, nos deja apreciar a nuestros chaparritos y nuestra vida un poquito mejor.